2.11.2008

N01[URBANOLOGIA]

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2.09.2008

2.06.2008

SOCIOPOLIS







SOCIOPOLIS, ASUNTO PÚBLICOIzaskun Chinchilla

Observando la arquitectura reciente, casi a nivel mundial, es fácil concluir que la sostenibilidad juega papeles muy distintos en el proceso de proyectación de los diferentes arquitectos. Es una moneda extranjera, el comodín de una baraja oriental o un fetiche mal catalogado. La usamos, la intercambiamos, la acompañamos de argumentos pero no sabemos con precisión cuanto vale ni para que sirve. Algunos han usado la sostenibilidad como excusa. Es decir, han ocultado una baja calidad arquitectónica bajo premisas verdes que se han convertido en argumento absoluto y en móvil demagógico. Tendemos a no comprar los libros que se titulan "Green Architecture" porque describen edificios horribles tardorománticos, nostálgicos o inflamados tecnológicamente. Otros arquitectos la sazonan con timidez como elemento decorativo en un gran menú de diseño sin constatar que la sostenibilidad no es como un buen vinagre sino como la estructura general de una dieta. Es decir, las fachadas llenas de hierbitas, las cubiertas con flores y los sombreritos de captación fotovoltaica son guiños que se agradecen pero que nunca remediaran los excesos de una dieta rica en grasas. Como apunta Vernadsky (1945) , el género humano se ha convertido en la actualidad en una fuerza geofísica verificable y de primera magnitud. Es por eso que, en este panorama indeciso, uno de los verdaderos valores que la arquitectura puede tener en términos de sostenibilidad es contribuir exactamente a esas dos acciones: "verificar" y "determinar la magnitud" de la acción humana y sus efectos geofísicos. Apreciamos, por tanto, en los proyectos de arquitectura y urbanismo que provoquen la emergencia de valores y parámetros que contribuyen a cuantificar y verificar lo sostenible de una intervención. En este sentido, el proyecto Sociópolis alimenta el debate cuantitativo y cualitativo sobre algunos de los parámetros más determinantes para la sostenibilidad del urbanismo. Un asunto evidente que el proyecto desvela como herramienta proyectual es la densidad. Diferentes urbanistas españoles , han contribuido a definir unos índices mínimos y máximos de densidad urbana para la ciudad sostenible. El reparto de suelo del proyecto Sociópolis contribuye a esa fijación de parámetros con la constatación de que una densidad elevada (unas 80 viv/Ha) puede compaginar un espacio libre de calidad y una accesibilidad a los equipamientos que dotan de urbanidad y centralidad al área. Continuando en esa idea de hacer emerger las cualidades métricas y verificables que construyen un criterio informado de sotenibilidad, recordamos que Walter Bejamin comparó la acción de percibir con la acción de revelar. Walter Benjamín presentaba los actos de la mente en una similitud con la cámara oscura: una potente y provocativa analogía que establecía una relación entre el ser humano y su entorno a través de una espacie de imagen fotográfica. Llevadas a sus últimas consecuencias como método de pensamiento aplicado, las premisas de Bejamin implican que comprender, ordenar y estructurar el territorio supondría desvelar las leyes ocultas que naturaleza, logística y sociología han insertado en el medio. Como si de un dispositivo de traducción se tratara, la jardinería del proyecto Sociólopis se inscribe, en parte, en esta lógica. Las especies vegetales producen un doble efecto de alineación. Por un lado, se alinean los elementos verdes en una lógica interna en la que especies, tipos y apariencias proponen un conjunto de recorridos coherentes y significativos en el conjunto de la intervención. Por otro lado, la jardinería se alinea con las preexistencias, es decir, se utiliza como un elemento revelador de las condiciones ocultas del territorio. Elementos como las presencias húmedas, las diferentes calidades del terreno o la preexistencia de dispositivos de riego y canalización son subrayadas por la nueva jardinería construyendo un espacio superpuesto al medio natural ya modificado y entendiendo que cualquier intervención no es más que una nueva veladura, una nueva capa que almacena memoria social, biológica e infraestructural sobre el territorio.El proyecto Sociópolis se distancia de este modo del urbanismo arrasador, el urbanismo basado en estructuras autárquicas que se imponen al medio con una lógica externa a él. Con demasiada frecuencia, las cuadrículas, los bloques, los ejes y las trayectorias de los sistemas generales han debido su configuración a leyes de reparto y autodivisión abstracta. Existe una tradición para el urbanismo y la arquitectura, por la cual se identifica el diseño con una lógica de reparto. Es decir, partiendo de un trozo de tierra acotado y definido, y de la pregnante figura de propiedad, planificar consiste en cuantificar los usos a incluir y repartir el espacio disponible en lotes que geométricamente deben su configuración a la subdivisión de una trama abstracta. Incluso la arquitectura, en la escala doméstica y tipológica se ha comprendido como la subdivisión de un recinto acotado. Otra forma de operar, de la cual el proyecto Sociopolis puede considerarse un ejemplo incipiente, comprendería que la intervención en un medio debe valorar su inclusión en un entorno más amplio, debe entenderse como una densificación parcial de acontecimientos en un territorio conectado y debe generar continuidades espaciales y temporales que apoyen el mantenimiento de redes naturales y sociales preexistentes o que puedan favorecerse generando nuevos ámbitos de oportunidad. El proyecto Sociópolis se construye a través de unidades heterogéneas en programa y configuración espacial. Cada edificio, diseñado por un arquitecto distinto, aúna diferentes programas de alojamiento con equipamientos de diferente tipo. Es decir, más que un conglomerado de unidades autosemejantes, se trata de un híbrido de piezas de naturaleza singular. Este hecho, instaura, nuevas posibilidades de cooperación. Si bien en los ecosistemas naturales y en las sociedades humanas se producen de forma natural relaciones simbióticas, estas se ven limitadas por las relaciones de complementariedad que pueden establecerse en un territorio. Así, la existencia de programas funcionales variados, permite que aparezca una suerte de simbiosis incentivada: la complementariedad permite que cada agente se dedique a una actividad y que confíe al resto la ejecución de las demás tareas que requiere su supervivencia. Esta fórmula colaborativa sólo puede producirse desde la diversidad y existe en combinación con la natural relación de comensalismo que se produce por el simple hecho de juntar una comunidad de personas que simultanean actividades similares.El comensalismo y la simbiosis, en este proyecto, produce una suerte de reverberación escalar distinta a la de la autosemejanza geométrica. Es decir, frente a la clásica estrategia por la cual, el vínculo entre las escalas territoriales y las arquitectónicas se producía por una suerte de similitud formal, aquí los vínculos escalares entre ciudad y vivienda se basan en la cooperación funcional. Como pieza urbana, Sociópolis crea cruces programáticos de mutuo beneficio entre los que acuden a sus museos, a sus huertas y a sus casas, como unidad de convivencia, la Sharing Tower crea vínculos entre trabajadores domésticos, personas desocupadas y cosmopolitas errantes. Esta cierta ligazón, que provoca que la complementariedad social funcione como vínculo entre diferentes espacios, deja libre lo demás: el espacio y la forma no se fuerzan en congruencias espaciales. Es así como Sociopolis puede construir una idea eficaz de gradiente de densidades. Frente a la marea homogénea de viviendas, que suponen la mayoría de los nuevos ensanches, se construye un medio diverso donde la concentración de la edificaciones residenciales, deja paso a una escala de concentración intermedia en los grandes elementos de equipamiento y a los dispositivos de mobiliario y urbanización de escala reducida que construyen la antesala del espacio libre. La ciudad de torres, no se presenta, como en los modelos del movimiento moderno, como un patrón antagónico y único frente al espacio libre verde o urbano sino que entre densidad y huerta de interponen varios sistemas de transición que fomentan la complementariedad. El gradiente escalar se articula en escalones funcionales susceptibles de estructurar el tamaño de cada pieza arquitectónica como traducción de su posición en el conjunto y de su propio programa. Una propuesta que es frecuente encontrar en nuestras escuelas y universidades -me imagino que cualquier profesor de proyectos y urbanismo ha autorizado o ha discutido varios proyectos con esta premisa- es la de intentar colonizar los espacios en desuso insertos en los núcleos urbanos, de Xavier Rivas a Lara Almarcegui, muchas son las voces que se han alzado contra el determinismo funcional, el exceso de control y la erradicación de las presencias naturales salvajes que suponen la eliminación de estos solares en desuso. Desde la larga tradición higienista de la que somos herederos, parece difícil defender una ciudad sin presencia natural, pero desde la apreciación de la libertad y la flexibilidad de la ciudad contemporánea parece difícil defender que los espacios libres de la ciudad deban ser piezas ajardinadas de mantenimiento dudoso.